Seis puntos. Un partido menos y 15 jornadas al frente. Si no fuera el Atlético de Madrid quien encabezara la clasificación, nadie dudaría de que un equipo con esos números tiene el campeonato casi en el bolsillo. Imposible dejarlo escapar. Pero los rojiblancos prefieren no pensarlo, no recostarse en el colchón hasta que las matemáticas digan que es imposible que la Liga se les escurra entre los dedos. Quizá sea una buena táctica viendo qué pasó en el Ciutat de València. Fueron capaces de hacerlo todo, pero solo arañaron un empate ante que impide que echen el cerrojo al campeonato.
No fue una cuestión de juego, tan solo de acierto, de que la mirilla de Suárez se desajustó ante un rival capaz de desesperar y sin nada que perder. El Levante posee ese aura de equipo capaz de destrozar en un descuido. No le importa perseguir la sombra de la pelota durante demasiado tiempo porque, cuando la caza, afila su colmillo y asesta un bocado. Eso fue lo que hizo mientras el Atlético se desentumecía en el Ciutat de Valencia.
Un par de centros laterales de Vrsaljko, la conexión Llorente- Suárez arrancando… y antes de que se dieran cuenta ya tenían el marcador en contra. Se confió Giménez en la salida de balón y se la robó Bardhi para apoyarse en De Frutos, encarar a Oblak y encontrar un premio prematuro. Desde ese momento, el Levante asomó poco y a ráfagas.
El Atlético se aceleró para instalarse en el área granota. Solo era cuestión de tiempo que Suárez no se encontrara con una extraña parada de rodillas de Aitor o que Correa y Saúl afinaran. Se resistía el gol, pero llegó en un derechazo de Marcos Llorente que desvió Rober Pier. El madrileño es hoy un jugador tocado por una varita, imposible de contener y capaz de agitar todo el juego de ataque del equipo. Con Bardhi y Clerc incapaces de sujetarle, impuso la ley rojiblanca.