La noticia, si se piensa en frío, no es que el Eibarhaya bajado a Segunda División, sino que haya conseguido estar siete temporadas consecutivas en Primera. La noticia no es que esté descendido a falta de una jornada y tras ser goleado por el Valencia, sino que en las cinco campañas anteriores llegara a la última estación con la permanencia más que amarrada. Lo que corresponde, por tanto, no es guardar luto por el adiós, sino celebrar la vida. Con capacidad crítica, tanto interna como externa, y depurando responsabilidades, por supuesto, pero sin perder la perspectiva. No lo hacen en Ipurua, no debería hacerse fuera de ahí.
El descenso del Eibar constata, en fin, que los milagros no son eternos. Que el regreso a Segunda tenía que llegar en algún momento y ha sido ahora, mucho más tarde de lo que nadie imaginó. Salvo en la temporada de su debut, la 2014-15, en la que el descenso administrativo del Elche le concedió una vida extra, el conjunto armero siempre consiguió el objetivo con una holgura asombrosa, llegando a quedar noveno en la 2016-17. Anomalías que ahora, tras siete temporadas en la élite, encuentran dolorosa corrección.