Desprendida de su grandeza histórica, con un Cristiano minimizado tanto en la ida como en la vuelta, la Juventus consumó anoche una eliminación con aroma a estación final. El Oporto, tan corajudo como limitado, sostenido por la jerarquía de Pepe y el talento de Sérgio Oliveira, despachó de la Champions al campeón de Italia, varado en la ronda de octavos por segunda temporada consecutiva. Y lo más sangrante es que los portugueses hallaron la gloria en la prórroga, después de jugar durante 60 minutos con un futbolista menos. No hay excusas para una Juve a la que no le bastó el partidazo del bigoleador Chiesa. Su talento no pudo tapar las enormes carencias del equipo de Pirlo al que, tan lejos también el liderato de la Serie A, se le agota el crédito. Por muy leyenda que sea.
Tras abrir el partido con un poderoso cabezazo de Morata detenido por Marchesín, la Juventus completó una primera parte calamitosa. Su fútbol era lento, plano, previsible, monótono. Hacía circular el balón con pesadez sin que el Oporto se sintiera en absoluto intimidado. Y cuando se cansaba de hacerlo y probaba con centros al área era todavía peor, pues ninguno de ellos gozaba de la precisión necesaria para que alguien los rematara. El colmo para la Juve fue el claro penalti que Demiral cometió sobre Taremi y que Sérgio Oliveira convirtió, obligando a los de Pirlo a marcar tres goles.
Como la cosa no podía ir a peor tras el descanso, fue a mejor. La Juventus se conjuró para aprovechar el espacio que el Oporto dejaba entre su zaga y su portero para buscar centros más frontales hacia esa zona. Así marcó Chiesa sus dos goles, el primero de ellos tras una inteligente dejada de Cristiano. Entre uno y otro llegó la expulsión de Taremi, después de que el ariete iraní viera la segunda amarilla por alejar el balón tras una falta en contra. La primera la había visto dos minutos antes. Cualquier bronca que le echara Sérgio Conceiçao, por grande que fuera, sería insuficiente.